Ma. Guadalupe Torres Villagómez, HJ – Superiora General de las HHJJ

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Para vivir como padre en la sombra, se requiere recorrer un camino arduo de madurez humana y espiritual, camino que demanda ir conquistando libertad, que lleva a vivir en desapego de todo aquello que detiene el crecimiento: cosas, sentimientos, intereses, ego, pensamientos, lugares, personas… Las personas inseguras tienden a apegarse, agarrarse a todo lo que les de la “seguridad” que no poseen. Caminar en libertad para poder formar hijos independientes, libres, responsables, con ellos y la sociedad; ser padre en la sombra, es el camino que recorrió San José.

En San José encontramos un gran modelo de padre, San José es un ícono visible, humano, sensible, del amor infinito que desde la eternidad Jesús recibe del Eterno Padre. José encarna a modo humano los atributos y perfecciones, a través de su fuerza serena que protege, de su amor fiel que inspira seguridad, de su bondad sobreabundante que estimula al bien.

En la Sagrada Escritura la sombra evoca protección del sol abrasador del desierto, y por eso es una imagen de una presencia constante que acompaña a todas partes protegiendo de todo aquello que puede perjudicar. En el caso de San José, su misión fue custodiar al Niño y a su Madre. Él era fuerza en el silencio que tutelaba los inicios de la Redención, transcurrida en la fragilidad y vulnerabilidad.

San José no buscó protagonismo y se mantuvo en la “sombra”. Dice el Papa francisco que San José resistió la tentación de “vivir la vida de su hijo” y, por el contrario, ejerció su paternidad en un gran respeto por su libertad y su propia misión. San José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre, nunca se puso en el centro, sino supo descentralizarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.

Podríamos pensar que cuando Jesús a los 12 años se queda en el Templo de Jerusalén es un inmenso dolor para San José, imaginemos la angustia al buscarlo junto con María; pero al mismo tiempo es la máxima satisfacción que experimentó al constatar la madurez de su Hijo para descubrir y abrazar su propia misión (ocuparse en los asuntos de su Padre) era la mejor “medalla” que San José podría recibir como reconocimiento de su tarea educativa.

Creo que el Niño Jesús admiraba profundamente a su padre José, lo amaba con tierno cariño, disfrutaba cada minuto vivido junto a él. Jesús aprendió a ser varón contemplando e interactuando con su padre, jugando con él, usando las herramientas de trabajo, y como Jesús, también hoy cada hombre puede ir aprendiendo de San José a ser hijo, esposo y padre, a través del contacto cercano y creyente que tenga para este santo de la sombra.

Aprendamos de San José a ejercer este tipo de paternidad o maternidad todos los que tenemos la misión de colaborar en la formación de los niños y jóvenes o de acompañar pastoralmente a las personas que se nos han confiado.